La capacidad de observación para identificar e interpretar las realidades del presente, regularmente inhóspitas, plantea el reto de que, desde el lugar en que nos encontremos, la esencia fundamental de nuestros liderazgos sea propiciar cambios y transformaciones en cada uno de los territorios que habitamos.
Es igualmente indispensable reconocer, exaltar y promover las búsquedas sociales de nuestros líderes y lideresas, quienes con su voz y acción encarnan la esperanza de comunidades que no se resignan a la indiferencia.
En tiempos de incertidumbre, cuando las desigualdades se agudizan y las tensiones sociales parecen multiplicarse, la proclamación de un sueño colectivo se convierte en un acto político y ético.
No se trata de idealizar ni de romantizar las luchas, sino de comprender que cada esfuerzo por la dignidad, la inclusión y la justicia abre caminos de transformación. Los liderazgos auténticos no se imponen: se construyen desde la escucha, la empatía y la capacidad de traducir las necesidades de la gente en propuestas concretas.
Ese sueño que hoy proclamamos es el de una sociedad que reconoce la diversidad como riqueza, que entiende la discapacidad no como limitación sino como potencia de humanidad, que defiende la educación como derecho y no como privilegio, y que concibe la comunicación como puente para unir voces y no como muro para silenciarlas.
En este horizonte, iniciativas como Barrios Vivos se convierten en ejemplo de cómo la organización comunitaria revitaliza los territorios, fortalece la cultura local y demuestra que la vida digna se construye desde abajo, con la participación activa de quienes habitan cada calle y cada esquina.
La discapacidad, tantas veces invisibilizada, debe ocupar un lugar central en este sueño. Reconocerla como parte de nuestra identidad colectiva implica transformar las instituciones, los espacios públicos y las narrativas sociales para que nadie quede atrás.
La inclusión no es un gesto de caridad, sino un principio de justicia que nos recuerda que la democracia solo es real cuando todas las voces cuentan y todos los cuerpos tienen lugar.
En este contexto, la izquierda en Colombia adquiere una relevancia histórica. Su papel no se limita a disputar el poder político, sino a sostener la esperanza de que otro país es posible: uno que priorice la equidad sobre el privilegio, la solidaridad sobre el individualismo, y la vida sobre la acumulación.
El Pacto Histórico, con sus aciertos y desafíos, representa hoy la posibilidad de que los sueños colectivos se conviertan en políticas públicas que dignifiquen a las mayorías y que reconozcan la pluralidad de nuestras luchas.
La historia nos recuerda que los grandes avances sociales nacieron de la persistencia de quienes se atrevieron a imaginar lo imposible. Hoy, en nuestros barrios, veredas y ciudades, ese mismo espíritu se mantiene existente en las lideresas comunitarias, en los jóvenes que reclaman oportunidades, en los maestros que siembran conocimiento, en las familias que defienden la memoria de sus territorios. Proclamar un sueño es, entonces, más que un gesto simbólico: es un compromiso con la acción transformadora.
Desde Proclama, invitamos a que este sueño se convierta en agenda común. Que las palabras se traduzcan en políticas, que las políticas se conviertan en prácticas, y que las prácticas se sostengan en la ética de la solidaridad. Porque proclamar un sueño no es solo enunciarlo: es vivirlo, defenderlo y construirlo día a día, con la certeza de que cada paso, por pequeño que parezca, acerca a la sociedad que merecemos.
Por Nelson Julián Villamizar / Director
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