Cuando en nuestro proyecto de vida está claramente definido el amor a una causa, igualmente está bien claro que este compromiso absorbe en gran medida su totalidad.
Esto, además de dar sentido a nuestra existencia y constituir nuestra razón de ser, también implica el máximo aliciente para que este deber sea placentero. Y cuando nos demos la oportunidad de revisar este proceso, podamos sentir que lo merece todo y así disfrutar cada instante de la vida.
Esta es la característica de quienes, en algún momento de reflexión, observan el camino recorrido y, lejos, al inicio se ve el punto de partida en un entorno más complejo, absolutamente problematizado, vociferando el reto para quien decide asumirlo y superarlo.
Premisas como “Quien no vive para servir, no sirve para vivir” o “Ser parte de la solución para dejar de ser parte del problema” constituyen el destino manifiesto y la ruta hacia la trascendental misión de las y los auténticos luchadores.
El pensador alemán Bertolt Brecht enseñó que: